Este fin de semana, los discotequeros de mi barrio han bailado y cantado al son de la nieve y de las gotas de lluvia, a pesar del mal tiempo. Que no de la climatología, y puntualizo, porque estoy un poco harta de que se culpe a la ciencia que estudia el clima y no al tiempo -ramalazo purista, que dice el roncador que tengo que soltarme la melena en esto de la lingüística, pero es más fuerte que yo.
Lo más curioso de todo es que, con tapones en cada oreja, dormía feliz soñando en animales mitológicos, concretamente en unicornios (que en mi imaginario debe de ser como soñar en esperanzas, por lo del silencio, digo). Cuando de repente, sentí que se movía la almohada bajo mi cabeza. Un terremoto, pensé. Entonces me di cuenta de que no se movía nada más en la habitación y me pareció extraño. Me quité los tapones y descubrí que lo que hace vibrar la tierra bajo mi cabeza son los ronquidos del que ya conocéis por referencias múltiples.