Amor animal

Siempre he querido tener un gato, pero he sufrido impedimentos superiores que no lo han hecho posible. No, no ha venido un dios todopoderoso y me lo ha prohibido (no me he vuelto loca): primero mi hermana resultó que, de repente, era alérgica a estos preciosos animales y, ahora, que me importa muy poco esta mujer -unida a mí por lazos de sangre, que no por emociones- me preocupa lo que un gato podría hacerles a mis pececitos.

Pero es que tienen esas caritas tan monas, que apetece tener un gatito en casa. Y no nos olvidemos, que teniendo una casa y en el campo siempre puede ser muy útil su vena de cazador (no digo más, que ya tenéis imaginación).

Aunque en realidad, estoy convencida de que mis pececitos sabrían defenderse de cualquier animal con garras o depredador, que son muy inteligentes. Esta vez, porque tuve uno al que le daba por saltar fuera de la pecera y ya nos tenías a todos corriendo para volver a meterlo. En realidad, creo que lo hacía para llamar la atención, sospecho que tenía la autoestima muy baja (o era un pez suicida, que como ya me pasa con las plantas...).