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Lo mejor de irnos a vivir a una casa no es, ni por asomo, poder fardar ante todos los que te rodean (bueno, un poco sí). Lo más es no volver a tener vecinos. No es que sea asocial, pero en mi escalera parecen haberse reunido varios músicos: guitarra española, batería y algo parecido a un cantautor (todavía no lo tengo claro, parecía un gato desgañitándose).

No sé si es casualidad o una conjunción de astros, tal vez era un presagio o ha sido una motivación. A partir de ahora tan solo tendré que usar tapones contra los ronquidos del indefinido (que en todo caso, corre el peligro de ser desterrado al piso de abajo).

No tengo nada en contra de los músicos, a mí también me gusta hacer ruido a las 3 de la madrugada y seguir el ritmo con el pie durante horas. Es más, probablemente, cuando venga de visita, voy a llamar bien temprano a su puerta, que seguro que están despiertos después de haber dado la lata durante toda la noche a sus nuevos vecinos (con amor y mucha dedicación).