Me regalaron un Daruma por fiestas, así que me leí esta historia de origen japonés, porque no me fío nada de supersticiones, pero por si las moscas más vale hacerlo bien. El caso es que dice la leyenda que el maestro Daruma perdió las piernas por estar meditando siete años en una cueva (ahí la moraleja me dice que menos pensar y más caminar), y a mí que esta historia ya no me dio muy buen fario; a pesar de ello, seguí la tradición: tienes que pintarle un ojo mientras pides tu deseo, y una vez cumplido se pinta el otro. Como lo mío iba de fortuna, pues se va a quedar así de por vida.
Ahora cada vez que lo miro pienso en aquello de "parece que te ha mirado un tuerto", refiriéndose a la mala suerte. Y ya no sé si pintarle el otro, porque sin piernas y tuerto, pobrecico mío, me da mucha penica. Y ahí sigue, el tuerto, mirándome día tras día desde la estantería.