Bien, ya ha empezado la temporada de los comedores compulsivos de mandarinas, que no respetan al prójimo sensible a los olores fuertes, aunque puestos a elegir, los prefiero a los que no se duchan, claro está; es más, esos podrían comer mandarinas, a kilos si quisieran. Que conste que no tengo nada en contra de las mandarinas, ni siquiera puedo decir que no me gusten, pero deberían venderlas con unas toallitas para bebés, de esas que quitan todas las manchas y olores posibles, porque mi pituitaria está claro que funciona mejor que la del resto de la humanidad.
Esto viene con gif instructivo: cómo cortar mandarinas.
Con decir que el otro día mi compañera de trabajo (no he dicho que sea buena compañera, por fortuna tengo dos más y me han salido majas, porque esta se las trae y me da para unas cuantas entradas) se quitó los zapatos, impunemente y sin pudor alguno, e incité a una de las buenas a comer mandarinas y me restregué por la nariz las pieles sobrantes de esa maldita fruta, qué alivio que sentí.