Esta semana llegué a casa y esto parecía la matanza de Texas. Gata se había hecho daño y había sangre por todas partes: sofá, alfombra (y no la mala, la de seda, que nos trajimos de Turquía), la colcha... me costó un buen rato localizar la herida y, evidentemente, me asusté. Fue más el contexto que la realidad, porque no fue más que un absceso en el que hurgó con las uñas (tal cual una adolescente a la que le ha salido un grano de pus).
Llamé a mi veterinario y me dijo que hasta el día siguiente nada. Como buena madre gatuna, intenté mantener la calma, pero entre que no se estaba quieta y que ponerle algo y que no se lo quite es como imposible, pues me fue tremendamente imposible. Eso no dejaba de sangrar y acabé llamando a la veterinaria alternativa, a la que no voy porque la tía come como si le fuera la vida en ello (la gata, se entiende) y pesa 4 kilos y medio, así que o me compro un carrito o me deslomo. Ahora mi gran problema es darle las pastillas, se la pongo hasta la campanilla y le cierro la boca, pero es capaz de no respirar un rato y cuando la suelto la regurgita. Por cierto, las toallitas infantiles lo quitan todo, es que ni la científica encontraría restos de sangre en mi piso, vete a saber qué les meten. Ahora la tengo como una moto, no sé si es antibiótico o speed lo que le estoy dando, pero estoy por tomármelo yo también.