dilluns, 31 d’agost del 2020

Guarda el pajarito

Voy a hablar de algo que me tiene preocupada: ¿Por qué la media de hombres que se dejan la bragueta abierta es altamente superior a la de las mujeres? Es más, yo nunca he tenido que decirle a ninguna mujer que se la había dejado bajada y, en cambio, habitualmente me encuentro con el caso contrario, con toda la vergüenza ajena, y propia, porque tengo (me siento obligada moralmente, de ahí la perífrasis de obligación) que decirles que, por favor, se la suban, del modo más discreto y menos llamativo del que soy capaz, lo cual me lleva al nivel de sordera de este país, porque acabo por repetirlo tantas veces antes de que me oigan, que la discreción se me va al traste.

Y no exagero, que me pasa demasiado a menudo, y encima me siento mal por estar mirando donde no debo, que sé que lo estáis pensando, pero eso se debe más a que soy muy observadora. Sin ir más lejos, estando en el banco el chico de la caja se levantó para preguntar algo y ahí estaba, no es que yo mirara, es que me quedó a la altura. Y claro, alguien trajeado, todo maqueado, pues pierde toda la elegancia en ese pequeño detalle (pero a ese no le avisé, porque entre la mampara y que le tengo cierta rabia al tema banco, no me apeteció).

dilluns, 24 d’agost del 2020

La importancia del tiempo

 Me vuelven muy loca los relojes, siento una irremediable atracción por ellos, esos eternos controladores del tiempo - hasta que se me acaba la pila, que eso me pasa con anual frecuencia, y habitualmente todos a la vez -. El caso es que solamente los uso para el trabajo, porque me estresa profundamente que el reloj siga midiendo mi tiempo libre, así que es salir del curro y se queda encima de la mesita de noche. 


Mi madre dice que hago un uso funcional de ellos, pero luego veo uno que me gusta y me lanzo. ¿Cómo puede ser que no me guste usarlos y, en cambio, me vuelvan tan loca? Uy, parece que hable de otra cosa (mente perturbarda, calla). El caso es que el tiempo es algo tan maravilloso que a veces un minuto dura infinito y otros ni nos damos cuenta de que ha pasado, y entonces no puedo evitar pensar en El Perseguidor, de Cortázar (y en una semana, vuelta al trabajo).

dissabte, 22 d’agost del 2020

La tentación vive abajo

 En la panadería de delante de mi casa venden unos cruasanes de chocolate blanco que son una delicia, sueño con ellos, y el caso es que me alegro de que siempre haya una cola enorme y que yo sea tan perra que por no hacer la cola prefiera no comprar ahí, a no ser que vaya a primera hora, que es cuando solamente tienen cosas poco apetecibles.


En resumen, el tamaño de mi culo lo va a agradecer enormemente (bueno, lo contrario). No sé qué tengo con el chocolate, pero creo que es el único alimento que si me lo quitaran querría morir, y no exagero (o un poquito sí, ya me conocéis). Ya no digo nada de la churrería, porque esos churritos de chocolate me traen muy loca.

dijous, 20 d’agost del 2020

Doblando mi vida

Mis habitaciones no son lo suficientemente grandes como para tener armario y cama en la misma habitación, sobre todo porque mi cama es de dos por dos, claro está. Así que me las he inventado todas para poder tener la ropa tan a mano como sea posible, y para ello tuve la brillante idea de ver el programa de Marie Kondo, una señora de admirar, que ha convertido su TOC en una fuente de ingresos, en su profesión. A mí que me agobia el mero hecho de pensar que tengo que reorganizar mi vida, y todavía tengo cosas en casa del roncador. ¿Alguien en la sala lo ha visto? 


En cada episodio, los dueños desordenados y caóticos a los que va a reeducar esa buena mujer acaban llorando a moco tendido por tener que tirar ropa que ni usan ni ya les viene bien, no sé si estos estadounidenses lloran por todo o es pura pose, si es que hay unos que tienen contratada a una persona que les hace la colada (no una persona que les arregla la casa, la que les pone la lavadora, que se ve que es muy estresante). Estoy esperando que en algun capítulo le hagan un funeral a la camiseta que llevaban cuando se conocieron, es exageradísimo.

dimarts, 18 d’agost del 2020

Póntela

A mí nunca me ha importado mucho lo que hiciera la gente, pero una parte de mí no soporta la mala educación y la falta de empatía. El que no lleva la mascarilla, a mi parecer, es un ser sin sentido de sociedad y no merece ningún respeto. No me importa si creen en alguna conspiración paranoide que han leído, sobre todo porque les falta comprensión lectora y les sobra estupidez. En mi opinión, son homicidas en potencia, y no hay discusión, porque ante la posible duda, escogen no ponserse la mascarilla.

A ver, yo no soy creyente, pero nunca me meteré con Dios, sea el que sea, ya sea por respeto o por si las moscas, por si el día del juicio final resulta que el señor de la puerta me dice que por renegar no entro en ese mundo celestial. Ante esa duda, no me la juego. Pues eso, llevar mascarilla no te va a matar, pero seguro que te hace más atractivo e inteligente (como mínimo a mis ojos). Llevarla significa que estás protegiendo a los demás, que te importa algo más que tu ombligo. 
Durante el encierro alguien dijo que esto nos haría mejores, y yo no podía evitar pensar en la Guerra Civil española, porque en los peores momentos la resiliencia escasea (aunque por fortuna, algo queda).

diumenge, 16 d’agost del 2020

Modelar mentes

 Hay un programa en televisión (seguramente ni siquiera lo están echando, pero tiene varias temporadas) en el que unos famosillos se van a una isla y, según creo, van superando unas pruebas de supervivencia. No creo ni siquiera que sean pruebas de superación personal, en las que poner tu mente al límite para desentrañar alguna cuestión útil; sin embargo, se ve que son entretenidos, o me imagino que nadie los miraría. A pesar de no haberlo visto nunca, sé de qué va y, lo peor, ayer no podía dormir pensando en tonterías como que yo no podría ir todo el día en bañador (más que nada porque no me parece cómodo), o cómo se lavan la ropa y, más allá, como esto del pelo no está muy bien visto, me pregunto si de vez en cuando va alguien a depilarles (puesto que esa gente vive mucho de su imagen, que no de ningún otro talento que no sea gritar, o dedicarían su tiempo a algo más productivo).


Bueno, y quién soy yo por pensar todo eso, ni que me dedicara a salvar vidas, solo modelo mentes. Cuando empecé en mi trabajo, no podía dormir y despertaba a menudo al roncador con mi discurrir y con esa terrible sensación de que si lo hacía mal podría malograr la vida de uno de mis alumnos. Por fortuna, sigo sintiéndome muy responsable con el modo en el que doy mis clases, pero supongo que me acostumbré... y que a veces te encuentras a un antiguo alumno y te recuerda con cariño. Eso sí que no tiene precio, saber a qué se dedican y que una parte de ello dicen que es gracias a ti.

divendres, 14 d’agost del 2020

The end of the world

Durante años me las vi con las orugas, y ahora el roncador me confirma que acabé con ellas fulminantemente, que este año las plantas no han sufrido plagas. Claro, estaban esperando a que me fuera de casa para abandonarla también ellas, seguro que me están buscando. Luego, mientras estuve en el piso alquilado, decidiendo qué hacía con mis cosas, tuve el ataque de ese tipo de hormigas minúsculas, de esas que no las matas ni a golpes; y el caso es que al final lo conseguí por persistencia y gracias a un gel maravilloso, y lo peor es que habría sido capaz de convivir con ellas, pero atacaban la comida de Gata, y con eso no se juega (incluso un tiempo rodeé el cuenco con canela y la rodeaban, parecía magia y encima olía bien). Y algun día os contaré lo de la rata, que se me comió el limonero entero, la muy jarta (pero eso ya pasó).

Y vamos a peor. En el nuevo edificio no solo hay terribles vecinos, resulta que hay una plaga de cucarachas mutantes a las que he tenido a raya; hasta ahora, que mi superheroína GATA vio que intentaba entrar una y la fulminó con su superpoder felino, o sea, que estuvo jugando con ella hasta que murió (y yo que pensaba que dominarían el mundo porque sobrevivirían al fin de todo lo conocido; pero van a ser los gatos). 

dimecres, 12 d’agost del 2020

Mi padre, el explorador

Padre cree que la nevera es un objeto mágico del que sale alimento constante, como una Caja de Pandora, pero en lugar de los grandes males, de ahí salen morcillas y bistecs congelados. Tengo a Madre en el pueblo, porque hubo un momento en el que pensé que mi padre corría peligro de muerte inminente si no hacían una pausa postconfinamiento, y como ellos, desde que tengo uso de razón, siempre han pasado las vacaciones separados (es el mejor matrimonio que conozco, ni psicólogos ni leches), me pareció la solución más sana.


Total, que lleva más de un mes solo y, no es que no vaya al supermercado, porque sí que va, y en él compra las cosas más extrañas del mundo; si es que me lo imagino como un Livingstone entrando en el súper, explorando esos pasillos desconocidos, para descubrir nuevos productos a sus ojos en esto de la compra. Mientras no se pierda y tengamos que ir a buscarlo, como hizo el otro en África... Bueno, igual es más como Dora la Exploradora, que me lleva una media melenita muy de ese palo.

dilluns, 10 d’agost del 2020

El complot

En mi casa hay un complot para no dejarme dormir. Después de haber insonorizado la habitación porque ya sabéis todos que el vecino me tenía loca con sus disertaciones, sobre todo a las tres de la mañana, Gata y su amiga la Paloma se han puesto de acuerdo para roncar al unísono. Por fortuna, Blue, el pececillo, por mucho que mueva la cola, no va a conseguir despertarme.

También es cierto que en verano duermo mucho menos, me despierto tempranísimo y aprovecho para salir a la calle antes de que el sol caliente demasiado. Sin ir más lejos, esta semana fui a pasear por la playa (a las 9, cuando volvía, ya empezaba a estar llena) y se me ha quedado moreno mascarilla, frente y mejilla superior rojas, mentón blanquecino.

dissabte, 8 d’agost del 2020

En casa conduce gata

En la sala del dentista leí que un conocido futbolista -del que no voy a decir el nombre, porque podría ser cualquiera de ellos, tal como veréis- tenía gustos de lujo. Me di cuenta en breve de que la palabra lujo la habían utilizado como sinónimo de caro, que ya viene a ser un poco eso, aunque a veces un lujo es simplemente darse un capricho, tomarse un descanso, abrazar al ser amado... Así que comprarme un coche carísimo (y feo, porque lo era, a mi parecer), con un coste de 300 mil euros, a mí me parece más un vicio (o una estupidez) que un lujo.


Cuando era pequeña e íbamos a pasar las vacaciones en el pueblo, del que es oriunda mi madre, un día una amiga me confesó que pensaba que éramos muy pobres porque no teníamos coche (ella y su madre, que es la que lo había dicho, porque nosotras sabíamos lo que costaban los caramelos de nata, poco más). En mi familia biológica nunca ha habido coche, ni sabemos manejar uno, así que para mí era muy chocante esa forma de pensar, pero parece que no ha cambiado, 30 años después.

dijous, 6 d’agost del 2020

Más vale reír que llorar

Para mí no hay nada tan apasionado como el llanto de un niño. Lloran por cualquier nimiedad y le ponen tanta energía que me da cierta envidia. Lloro muy poco, pero cuando lo hago intento recrearme en ello, porque me parece el mayor desahogo del mundo. En los últimos años, mi vida no ha sido especialmente fácil, y lo que más me recriminaron fue que no llorara.  Igual por eso siempre tengo tantas ganas de reír.


De hecho, no sé si lo he contado alguna vez por aquí, cuando siento mucho dolor, me pongo a reír de forma exagerada. Eso me ha llevado a que a menudo crean que estoy borracha, y no exagero. Es algo que la gente no suele entender, como si no sintiera dolor por expresarlo de otra forma. En el entierro de mi abuela, esa especie de risoterapia que me entra, me llevó al hipo, así que tuve suerte y quedó algo disimulado. Mi padre, el hipocondríaco, ya sabéis, últimamente no hace más que pedirme que llore en su entierro, le he prometido alquilar a unas plañideras, porque no puedo garantizar nada. He llegado a pensar que estoy algo loca, pero de algun sitio salió eso de más vale reír que llorar.

dimarts, 4 d’agost del 2020

Cuando se abre una ventana...

No falla, es abrir una ventana... y no, no entra el amor, entra un moscardón. No es una metáfora ni nada parecido, es que esos seres voladores me tienen hasta el moño, porque además son de esos ruidosos ¿En su casa no les enseñaron modales? Si estás de visita, no molestes. Esto me ha hecho pensar en ese dicho tan conocido que versa: cuando una puerta se cierra, se abre una ventana.


En mi caso, más me valdría cerrar a cal y canto, porque no se suele cumplir, todo lo contrario (demasiadas moscas ya en mi vida). Justo hace unos días el roncador me decía que no me gustan los cambios, pero que una de mis características es justamente lanzarme al vacío, es curioso, eso me pasa por dejar la ventana abierta tan a menudo. 

diumenge, 2 d’agost del 2020

Hablar por hablar

A veces me sorprende la necesidad de llevar el móvil siempre encima, de hecho, a menudo se me olvida cogerlo, y no me doy ni cuenta; aunque suelo recibir reprimendas por parte de amigos que no han podido localizarme, porque se ve que suscito una especie de cariño materno filial que les hace sufrir por mí a todas horas. Además, depende de con quien quede, casi prefiero no llevarlo encima, toda mi atención es para esa persona.


Os voy a contar una cosa: antes no existían los móviles, y el índice de mortaldad por estar ilocalizable viene a ser el mismo, porque si me pasa algo, no os preocupéis, que ya encontraré la manera de comunicarme. Es más, en mi antigua casa (cómo la echo de menos) no había nada de cobertura, y a menudo me apetecería ese silencio tecnológico provocado por causas ajenas a mí misma (era una excusa maravillosa). Ahora, si me da por no contestar a una llamada, recibo al cabo de unos segundos Whatsapp, mail y un telegrama (eso no, pero molaría), igual es que no me apetece hablar con nadie, ¿no?
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