Maldita RENFE

Esta semana estoy de morros, la RENFE está de huelga hasta, por lo menos, el año que viene. No soporto empezar el día en una caja de sardinas, que hoy no sabía dónde terminaba mi cuerpo y dónde empezaba el sobaco de alguien... por fortuna, tenía al roncador al lado que me protegía de golpes y de magulladuras. Aunque él ha llegado algo peor que yo, se le ha enganchado a la espalda un mini sapo (así es como lo ha llamado él) y ha venido con él pegado casi hasta el trabajo. A mí lo que más me cuesta es recordar los horarios de servicios mínimos: el lunes de 7 a 9, el martes de 7.30 a 9.30, el miércoles de 9 a 11... y así siguen. A ver si alguien les enseña matemáticas, porque esa no es un progresión lógica.

De todos modos, esta vez me solidarizo bastante con la huelga, ya que se están manifestando en contra de la desmembración de RENFE en cuatro sociedades, así como los ajustes de personal a través de expediente de regulación (ERE para todo el mundo) planteados para estas empresas públicas. Lo cierto es que me sorprende no haber visto en los medios de comunicación un apoyo a esta convocatoria, como ya va siendo habitual en nuestro país, la noticia ha sido que hay huelga, no los motivos, que son bien lícitos. Porque además, la mayor preocupación aparente suele ser que los viajeros paguemos el billete, en cuanto a los problemas en la red ferroviaria, muy patentes y recientes con el descarrilamiento en una estación de Barcelona, para qué molestarse.

Ahora, lo que me afecta directamente y que, a pesar de estar muy de acuerdo con ellos, me repatea. Después de esta semana, cada lunes y viernes con horarios todavía por determinar, a este paso me voy a coger la baja por exigencias del guión, o sea, estrés por ir en tren, que cuando no hay un arrollamiento, hay amenaza de bomba o se declaran en huelga. Me declaro desde ya mismo usuaria de alto riesgo del transporte público.